domingo, 29 de julio de 2007

3. IGUALES PERO DIFERENTES



El Estado de bienestar. Las teorías políticas entienden la igualdad fundamentalmente como igualdad de oportunidades. Al Estado corresponde, porque solo un poder central puede hacerlo, redistribuir los bienes básicos - materiales y espirituales - de forma que las posibilidades de intervenir y participar en la toma de decisiones sea una posibilidad real para todos. No se trata de distribuir dinero ni riquezas, sino de atender a las necesidades básicas de todos, repartiendo con equidad los bienes que satisfacen esas necesidades: educación, salud, trabajo, prestaciones por jubilación o desempleo.

El derecho al trabajo, a un salario digno, a la educación y la cultura, a un nivel de vida adecuado, a la protección de la salud, constituyen una especificación más concreta del derecho general y abstracto a la igualdad.



El feminismo. Los derechos de la mujer debieron ser reconocidos como derechos específicos, puesto que su teórica inclusión en los “derechos del hombre y del ciudadano” no significaba ningún reconocimiento - ni siquiera jurídico - de una real igualdad de oportunidades. El movimiento feminista ha conseguido, en el mundo occidental, la igualación legal de ambos sexos. A fines del S. XX puede decirse que no existen barreras expresas que impidan la formación de la mujer para trabajos de responsabilidad y para tomar parte en las decisiones más trascendentales.


Este Estado debe agradecer a las mujeres que hayan mantenido parte de su dedicación privada - a los niños, los enfermos, los ancianos, la familia -un trabajo tan importante como poco reconocido.

El olvido puro y simple de que todos formamos parte de una misma humanidad. Afirmar la igualdad no ha de suponer despreciar o desatender las diferencias.

Estamos viviendo una especie de explosión de la necesidad de tener identidades claras.


La experiencia educativa enseña que la igualdad de oportunidades sigue siendo un mito. No basta la escolarización pública y obligatoria, no basta la coeducación ni la educación integrada para que se dé automáticamente la igualdad de oportunidades.


. Pero no lo es ante otras discriminaciones. El respeto al otro y a la otra, al negro y al blanco, al pobre y al rico, al minusválido y al seropositivo, como al que cumple con “la normalidad” - terrible palabra que ordena nuestras sociedades - , es también un hábito que se adquiere, como todos los hábitos, por la repetición de actos, por la insistencia en comportamientos dirigidos a desterrar cualquier forma de separación del diferente por el simple hecho de ser distinto.

La escuela y los centros educativos, con la familia, son los espacios idóneos para la formación de tales hábitos.

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