Educar para la libertad fue la consigna de una educación antiautoritaria, imaginativa, postconciliar, que ha marcado los sistemas educativos de la 2da. mitad de este siglo. Se trataba de evitar rigideces inútiles, de hacer más atractivo y llevadero el proceso educativo, para docentes y alumnos. Pero se trataba ante todo de formar personas responsables, que no necesitaran siempre el agarradero de la norma escrita o el precepto moral, que aprendieran a pensar por sí mismas y a explicar por qué actuaban como actuaban.
La autonomía y la responsabilidad moral consisten en la capacidad de cada cual de responder a situaciones conflictivas, tomando como criterio sus creencias éticas.
Esa capacidad es la que nos hace responsables de las acciones o las omisiones, pues todo individuo tiene que responder, ante sí mismo y ante otros, de lo que hace mal o de lo que podría hacer y no hace.
La responsabilidad individual tiene distintas dimensiones: de la responsabilidad por lo privado a la responsabilidad pública. Los distintos roles que confluyen en una persona le obligan a asumir obligaciones que puede desempeñar bien o mal. Una madre de familia atiende a sus hijos y al mismo tiempo a sus deberes profesionales y a sus obligaciones de ciudadana.
La autonomía y la responsabilidad moral consisten en la capacidad de cada cual de responder a situaciones conflictivas, tomando como criterio sus creencias éticas.
Esa capacidad es la que nos hace responsables de las acciones o las omisiones, pues todo individuo tiene que responder, ante sí mismo y ante otros, de lo que hace mal o de lo que podría hacer y no hace.
La responsabilidad individual tiene distintas dimensiones: de la responsabilidad por lo privado a la responsabilidad pública. Los distintos roles que confluyen en una persona le obligan a asumir obligaciones que puede desempeñar bien o mal. Una madre de familia atiende a sus hijos y al mismo tiempo a sus deberes profesionales y a sus obligaciones de ciudadana.
El sentido de corresponsabilidad nos involucra a todos, para ayudar a la transformación social ante los males sociales y la presencia vacilante e insuficiente de los derechos humanos en la sociedad. Un ejemplo: en las escuelas para todos por definición, la igualdad de oportunidades es un ideal que se cumple muy insuficientemente.
Todos los niños están escolarizados, pero las desigualdades, por diferencias económicas, deficiencias físicas, diversidad cultural, persisten y discriminan. Los responsables y gestores de la educación no pueden acabar con todas las desigualdades: ni está en su mano hacerlo ni es su competencia. Pero pueden tomar medidas de distinto tipo, desde apoyar a los alumnos con necesidades educativas especiales. exigiendo el apoyo institucional y social para ello, hasta promover actitudes que sensibilicen hacia la solidaridad y el respeto mutuo. Ni las instituciones ni los individuos son capaces, por sí solos, de erradicar las injusticias. En la escuela, los alumnos aprenden a convivir, a relacionarse con iguales y superiores, a tratar con la autoridad, a respetar a compañeros de distintas procedencias, a repartir y renunciar a cosas, a aceptar los fracasos, y cantidad de otras cosas que forman lo que puede seguirse llamando “el carácter” de una persona. Educar es una responsabilidad pública, que es lo mismo que decir responsabilidad compartida.
El educador debe dar a conocer, con afecto y amor, el mundo que a su juicio debe ser conservado; enseñar a distinguir entre lo valioso y lo desechable, sin miedos ni dogmatismos. Educar tiene que ver con una inversión general, con una sabiduría teórica y práctica, con un enseñar a vivir desde un punto de vista no sólo técnico, sino humano. La responsabilidad ética es la capacidad de responder a los valores que queremos preservar. Poder responder de ellos significa empeñarse en introducirlos en nuestro mundo.
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